Conozco personalmente a decenas de aficionados del Rayo. Quizá sean cientos. Hombres, mujeres, grandes, pequeños, veteranos y jóvenes. En mi propia casa habita una personita que ni siquiera sabe que ya está ligada a la franja roja y a la que aún no le han renovado su abono. Con algunos tengo una relación más estrecha, con otros un contacto más esporádico. Los hay que forman parte de mi vida y son muy importantes para mi familia, los hay con los que se ha enfriado el vínculo por culpa de nadie.
De todos ellos tengo debilidad por dos personas: Lola, la gran mamá del rayismo, y toda su familia. La otra prefiero mantenerla en el anonimato. Y desde esa clandestinidad va a ser el protagonista de la historia que será relatada en las próximas líneas. Su nombre ficticio será Pablo. A Pablo lo he visto llorar de frustración por el Rayo y llorar de alegría por el Rayo. Lo he visto vaciarse para montar un sarao teñido de franjirrojo. Lo he visto agobiado por el Rayo, ilusionado por el Rayo, feliz por el Rayo, triste por el Rayo, cabreado por el Rayo. También lo he visto levantar una vez más el teléfono tras prometerse por enésima vez que jamás lo iba a volver a intentar. Admiro mucho a Pablo porque es conciliador y siempre busca los grises. Respeta la postura de los que no piensan como él. Y ante todo adora al Rayo Vallecano. El Rayo forma parte de su vida, de sus sueños, de sus ilusiones, de su cotidianidad, de sus actividades, de su ocio, de su familia… y últimamente de sus decepciones. Sí, Pablo se siente profundamente triste y decepcionado.
Porque Pablo percibe división entre su gente rayista más cercana. Porque no ha renovado su abono y llegados a este punto ya no sabe qué hacer. Porque siente que el desgaste del verano ha sido terrible para al final regresar a la baldosa del origen. Porque no reconoce en este Rayo ninguno de los valores de su Rayo. Porque sabe que las cosas se podrían hacer muy bien y la mayoría se hacen muy mal. Porque lleva muchos años dándose cabezazos contra la misma pared. Utilizar el término “batalla” para algo tan nimio sea posiblemente desafortunado, pero Pablo siente que han perdido una batalla… otra más. Que esta batalla era muy importante. Y que la propiedad del Rayo sale reforzada, aunque sea el tartufo refuerzo de unas convicciones para él delirantes.
Tiene pinta de que el Rayo va a superar su récord de abonados en Segunda División. Será tras un verano plagado de reuniones, de conversaciones telefónicas, de iniciativas, de comunicados y de, para Pablo, varias noches desvelado dándole vueltas a un asunto que le termina afectando en el ámbito familiar. Algunos abonados entrarán a Vallecas y animarán a pleno pulmón. Otros verán los partidos acostados en su rutina futbolera. Otros van a ir porque su hijo se lo ha pedido. Otros censurarán a berridos la gestión del presidente. Otros animarán desde fuera. Otros lo verán desde el bar. Otros encenderán la televisión en su casa. Otros irán a ver al femenino tras abonar 60 pavos. Y otros renovarán en abril de 2020 con la sana intención de mantener una antigüedad que para ellos significa infinitamente más que un número. Con argumentos cualquier decisión es valida.
Pero es irrefutable que muchos rayistas se sienten decepcionados, algunos incluso involuntariamente engañados. Piensan que se ha perdido la última oportunidad de demostrarle a la presidencia que la hinchada del Rayo tiene mucho peso. Uno de ellos es Pablo, que ha llegado a la conclusión de que al final los rayistas son como todos los demás. Lo que queráis, pero a mi no me quitéis el fútbol en Vallecas cada quince días. Esto no es como darse de baja en el gimnasio. No me equivoco si afirmo que la inmensa mayoría de los abonados del Rayo Vallecano no aplauden la labor de la actual propiedad. Que muchísimos de ellos censuran que hay un vehículo circulando en la autopista en sentido contrario a lo natural. Pero para ellos es más importante que llegue el domingo (o el sábado, o el viernes, o el lunes), anudarse la bufanda al cuello, gritar los goles de Embarba y celebrar las paradas de Alberto.
Pablo está jodido. Él lo ve de otra manera. Hoy está cansado, mañana volverá a pelear como un cabrón y pasado se sorprenderá montando otro sarao coloreado de franja roja. Pero quizá este verano insoportable le ha servido para asimilar de una vez por todas que esta historia no tiene solución.
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