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No existe un solo instante en la historia en el que la hinchada del Getafe haya sido más feliz que ahora. No existe un solo instante en la historia en el que la hinchada del Getafe haya sentido una pertenencia tan acusada. No existe un solo instante en la historia en el que la hinchada del Getafe haya sentido tanto orgullo por su equipo. Mientras escribo estas líneas en la última fila de un avión rumbo a cualquier parte, mi mujer niega con la cabeza. Sí, ella también recuerda los ascensos, las finales de Copa, los Limones y el justo antes de Luca Toni. Pero yo cabeceo en el sentido contrario. Porque sin ninguna presunción, jamás vi a la afición azulona tan enganchada a un proyecto.

El bordalismo une todas las piezas hasta completar un puzle perfecto, sin atisbo de costuras o fisuras. Antes el tópico cabreaba, ahora hace gracia. Los agentes externos, unificados en un heterogéneo ejército, lanza proclamas en nombre del estilo sucio, el antifútbol y el juego subterráneo. La mayoría de soldados de este ejército insaciable no ve al año más que unos pocos partidos del Getafe. Igual que sucede con lo de las gradas vacías del Coliseum, sus opiniones no casan con la realidad. Es simplemente el eterno coletazo de algo que supuestamente algún día ocurrió. El tópico. Los tópicos. Provoca risa más que enfado, esta fase la superaron hace ya mucho tiempo en Getafe.

Entre tópicos y críticas, la gente de fútbol va reconociendo el enorme mérito de uno de los equipos más trabajados de la historia del fútbol español. El Getafe parece en ocasiones una máquina perfecta, un monstruo de cien cabezas, un bólido que nunca necesita repostar. Lo logrado desde que Bordalás “te quiero” arribó al banquillo sureño es, con perdón, una jodida locura. Pero lo más admirable es que la bestia de color azul no se detiene, sigue avanzando con grandes zancadas en busca del siguiente avituallamiento en el que espera otro vaso de zumo de gloria. ¿Clasificarse para la Champions? ¿Jugar una final europea? Vete a saber. Cada día en el que Bordalás repite palabras como humildad, pecho sacado o equipo pequeño, sus jugadores se empeñan en enterrar un discurso plenamente cabal. Pase lo que pase, Sansiro quedará grabado en el recuerdo, pero es imposible no aferrarse al y si.

José hace mejores a la mayoría de futbolistas que pasan por sus manos y por sus entrenamientos. Hay decenas de ejemplos, pero hoy vale con nombrar a una sola pieza: Nemanja Maksimovic. Juega cada minuto como si fuera el último de su vida. No pestañea ni tras rebañar un cuero en una acción defensiva, ni después de largar un cebollazo que sale rozando el palo del arco rival. No tiene tiempo para gesticular porque él está pendiente de la siguiente misión. Bordalismo puro. Toneladas de compromiso, la definición perfecta de un deportista profesional.
El antifútbol. Ese que en 180 minutos creó muchas más ocasiones que un semifinalista de la Copa de Europa. Ese que estrelló tres balones en los palos. Ese que alterna presión en bloque alto con repliegue solidario. Ese en el que cada soldado conoce a la perfección el rol que le ha asignado el comandante. ¿Que pierde tiempo? Claro. ¿Que a veces interrumpe el juego? Claro. ¿Que desespera al enemigo? Por supuesto. Pero quedarse con eso para desprestigiar el enorme trabajo que se está realizando es profundamente injusto y a veces malintencionado. Entre el tópico y la leyenda, yo me abrazo a esta última. La leyenda del bordalismo. La leyenda de un Getafe CF para la historia del fútbol español. Incontenible felicidad de color azul.

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